“Esa sensación incomparable de navegar, sentirme firme en el timón, con el horizonte al frente, el sol en lo más alto, el viento fuerte en mi cara y ¡adelante!, siempre hacia el horizonte, siempre con un sueño en la cabeza, un viejo plano de alguna isla de la que oí a alguien hablar una vez, la intuición de un nuevo mundo, el Dorado. Esa sensación de dirigir el rumbo, saber hacia dónde ir, aunque sea quizás en realidad una forma de no saberlo, pero evitar siempre la deriva. Navegar siempre, sentir el mar y el viento en el alma, sentirme seguro, como los niños, en la total incertidumbre. Jugar todo el tiempo.”

Cuaderno de París

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